Existió en la antigüedad un estudiante de Salamanca que durante el verano
se dedicaba a viajar y, cantando al son de su guitarra, conseguía fondos para
pagar sus estudios.
Llegado a Granada, y celebrando la víspera de San Juan, reparó en la
presencia de un extraño soldado ataviado de lanza y armadura.
Preguntándole a éste por su identidad, el soldado dijo estar padeciendo un
encantamiento desde hacía 300 años: un alfaquí musulmán le conjuró a montar
guardia al tesoro de Boabdil por toda la eternidad, dándole sólo licencia para
salir de aquel escondrijo una vez cada 100 años...
Preguntó el estudiante cómo podía ayudarle. El soldado le ofreció la mitad
del tesoro por el custodiado si le ayudaba a romper el hechizo: se precisaba de
un sacerdote en ayuno y una joven cristiana. La joven no fue difícil de hallar,
pero el único cura que encontró era un obeso adorador de los manjares, por lo
que mucho le costó convencerlo, y sólo con la promesa de riqueza aceptó
ayudarle.
Subieron aquella noche hasta el escondite, sito en la Alhambra, portando una
cesta de comida para que el párroco saciase su gula una vez acabado el trabajo.
Llegado ante una torre, las piedras de su pared se abrieron a la orden del
soldado, dejando al descubierto una estancia con el formidable botín...
Una vez dentro, y mientras realizaban el sortilegio, el hambriento cura se
abalanzó sobre la cesta y devoró un grueso capón. De repente estudiante,
muchacha y sacerdote se encontraron en el exterior de la torre y la entrada
sellada... ¡el hechizo se había roto demasiado pronto!
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